El santo
Por: Georg Trakl
Y cuando en medio del infierno
compuesto de tormentos por él mismo creados,
las crueles imágenes
de la lujuria
con gran ahínco le atacan
- Oh, ningún corazón fue jamas poseído
por vicios tantos, tanto desenfreno,
si, ningún corazón -, él levanta por fin
esos brazos huesudos, brazos sin salvación
hacia los cielos, y sus manos oran.
Su febril oración, empero, solo forma
tormentos de placer insatisfecho
cuyas brasas penetran fluidas
en el espacio místico de gran infinitud
y nunca suena el Evóe dionisíaco con ebriedad mayor
que en los rabiosos éxtasis
de saliva espumante, cuando rompe su grito
con desesperación mortal el cielo:
¡Exaudi me, María!
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